Bhutto
Ella no quería entrar en política. Lo hizo porque su padre, Zulfikar Ali Bhutto, tras ser derrocado como primer ministro, fue ejecutado por el régimen de Zia-ul-Haq en 1979. También dos de sus hermanos, como ella, fueron asesinados. Historia trágica, sí: pero no más que la de los Gandhi en la India.
Con tan sólo 35 años, se convirtió en la primera jefa de Gobierno de un país islámico. Dos veces estuvo en el poder, y dos veces no pudo acabar su legislatura. Pesaban sobre ella casos de corrupción. Se exilió -o, mejor dicho, huyó de la Justicia- y volvió a Pakistán en octubre de este año. La intentaron matar, entonces. Y ayer, finalmente, la asesinaron: fue a saludar a las multitudes desde su coche y le dispararon en la cabeza y el cuello. Y, después, su asesino se inmoló.
Benazir es la bandera de la democracia para los medios de comunicación occidentales. Aunque desde la muerte de su padre no haya celebrado elecciones en su partido. Aunque no haya conseguido articular una oposición liberal sólida que dé guerra a los militares y los islamistas. Aunque haya negociado una y otra vez con Musharraf.
Era la vedette de Pakistán.
Bhutto y Musharraf son el espejo de Pakistán, donde los liberales no son suficientemente liberales y los dictadores no son suficientemente dictadores. A lo mejor el problema del país no es su condición musulmana (análisis esencialista), sino su origen y desarrollo: nació a la sombra de la India en el parto más doloroso del siglo XX, perdió la mitad de su población cuando Bangladesh se independizó en 1971, y se unieron en sus fronteras musulmanes que tenían poco que ver entre ellos: la clase alta provinente del norte de la India, cuyos antepasados habían vivido el Imperio mogol, las tribus de la Provincia de la Frontera del Noroeste (terreno talibán), y la clase obrera punjabi.
Pakistán nació como un hogar para musulmanes y, golpe tras golpe militar, se ha ido convertiendo en fortaleza resquebrajada islámica.
Pero saldrá adelante.
Perdón por este escrito apresurado. No hay mucho tiempo.