La cobertura de la muerte de Bin Laden: una crítica tranquila
Ha pasado casi una semana desde que comandos norteamericanos asaltaron la finca de Osama Bin Laden en el norte de Pakistán y lo mataron de madrugada. Escribí algunas de mis primeras sensaciones y mi reacción a la noticia: tendremos tiempo para desarrollar el acontecimiento en este blog durante las próximas semanas. Ahora me interesa reflexionar sobre la cobertura de los medios de comunicación, sobre todo a partir de apuntes públicos y privados que han hecho la compañera y editora gráfica Maria Rosa Vila y el profesor Francisco Veiga.
Estamos en fuera de juego desde que Obama da la noticia de algo que ha sucedido a miles de kilómetros, o sea, en nuestras narices. Comienza la construcción de una narrativa por parte de un actor interesado que, pese a las críticas por las contradicciones (Osama iba armado, no lo iba), hace un excelente trabajo argumental. Es difícil, casi imposible, hallar pruebas sobre el terreno para rebatir el relato. Lo que se hace en Washington es trasladar el mensaje del poder a la población, con mayor o menor fortuna según el medio, pero nadie debe ignorar que no es una situación cómoda para el periodista, que se ve impotente para cuestionar o matizar esa información. Pero si conoce los entresijos de la cultura política y militar estadounidense, toca algunas teclas, hace saltar versiones no coincidentes a partir de diferentes fuentes, explica el contexto de la operación desde el punto de vista norteamericano. Esa presión es más fuerte de lo que parece y acaba desembocando en muchas ocasiones en la difusión de informaciones por parte del poder que en un principio se quería reservar.
Sobre el terreno, solo nos quedó acudir al lugar del crimen, captar la atmósfera antes de que se diluyera la espontaneidad, hablar con los vecinos e intentar obtener la mayor información posible de fuentes bien informadas. No tiene sentido que todos los periodistas actúen como ensambladores de la realidad que difunden el puñado de grandes medios de comunicación, mayoritariamente estadounidenses. Hay una necesidad de obtener fuentes propias: no contribuir a la coherencia narrativa global, sino ejercer la suficiente presión como para que se abran fallas en el relato, dudas, interrogantes. Sobre todo en un caso como este. Una polifonía; no un altavoz. Eso no se ha hecho.
Sí que ha habido un ruido mediático nada unidireccional, pero lo atribuyo a otro fenómeno: la opinión es cada vez más importante en los medios de comunicación y amenaza con desbancar a la información. Hablamos de la muerte de las ideologías pero no es verdad. Nos apasiona la doctrina: dejar al Imperio en ridículo intelectual y moral, recurrir a un cinismo rayano en el nihilismo existencial (quizá la vida, después de todo, tampoco exista), cargar contra Estados parias y religiones, erigirnos con palabras excesivas en defensores de la libertad, la democracia, los derechos humanos o la lucha antiterrorista. La realidad la damos por descontada porque no necesitamos información para desnudarla: nos parece demasiado obvia y fácil de malear. Aburrida, poco creativa.
En Abotabad, a unos 60 kilómetros de Islamabad si se traza una línea recta desde un mapa pero a unos 160 kilómetros por carretera, tuvo lugar uno de esos acontecimientos que el poder político y militar, como expone Maria Rosa en su blog, se encargó de vetar y oscurecer. Admito que al principio pensé que iba a ser peor: cuando sales en coche hacia el sitio donde supuestamente han asesinado al terrorista más buscado del mundo, te imaginas que todo estará cerrado a cal y canto. No fue así: había un perímetro de seguridad pero uno podía más o menos acercarse, hablar con la gente, imaginar lo que sucedió. Los comandos se descolgaron de los helicópteros en el huerto-granja de Bin Laden, iniciaron un tiroteo con los colaboradores del líder de Al Qaeda, franquearon una puerta, accedieron al destartalado edificio de tres plantas y subieron las escaleras hasta entrar en una habitación. Todo esto lo sabemos a partir del relato estadounidense y paquistaní, claro. Pero allí, en esa habitación, tal y como me escribe Veiga en un correo personal, “se tiraron los dados”. Un asunto de sicarios, un momento otro. A los periodistas, horas después, solo nos quedaba estar, algo que quizá no conseguimos del todo, ya que no hemos podido acceder al interior del reciento. Y aquello ya es un circo incomprensible que será derribado.
Es todo como si una pareja hubiera hecho el amor y después alguien se hubiera encargado de lavar las sábanas y rehacer la cama. El vacío visual es enorme para quien busque los indicios de la pasión, del juego corporal, del intercambio espiritual. Solo nos queda intentar atrapar el olor, el aura de un lecho sagrado donde el sexo se ha consagrado, con varias herramientas: nuestro propio conocimiento de los amantes –ambos muy ruidosos y con mucha historia detrás–, nuestra conversación con la señora que lavó las sábanas, nuestro respeto a cualquier posibilidad y sobre todo el íntimo convencimiento de que toda explicación del coito será una copia imperfecta de la experiencia.
Creo que los obstáculos que hemos tenido –y tendremos– para informar no son más de los esperados y que a veces confundimos nuestra labor con la de los historiadores. Es ridículo que yo pensara que podría cubrir la noticia sobre el terreno y que allí me dijeran los vecinos que el cadáver de Bin Laden había sido arrojado al mar. Yo no me había enterado. Y los amigos que me estaban enviando correos electrónicos para que les contara qué pasaba aquí, ya conocían ese detalle. Es verdad que nos la han jugado, que quizá alguien nos esté intentando embaucar. Que hay centros de propaganda muy poderosos. Que estamos fragmentados. Que eso debe generar indignación. Pero es la lucha de intereses de siempre, con la añadidura de la precaria situación económica de los medios y los retos de los avances tecnológicos; quizá no estemos tan lejos de la verdad, palabra que, de todas formas, no sabemos a qué demonios se refiere.
Un periodista, sobre todo cuando lleva cierto tiempo en un lugar, ejercita el olfato, intuye que el pleno municipal de hoy en El Prat estará calentito, se equivoca, habla con la gente que cree que le puede iluminar, se vuelve a equivocar. Su valor es que él se dedica exclusivamente a esta exploración de la realidad (política, económica, social, etcétera), que para los demás es simplemente tentativa o especializada. El periodista nos decepciona pero no queremos que deje de entrar en el terreno sensorial del centro de la noticia con ojos vírgenes, que fisgue en la cama de donde ya se han fugado los amantes infieles, seguramente, con otro destino que muy pronto conoceremos.
Información es poder, Agus. Información es dinero; lo demás es poesía. Hace años, en el norte de Albania, me llegaba a producir desazón ver cómo el productor del programa de la tele en el que trabajaba (temporalmente), le metía dólares en el bolsillo de la camisa a un capitán de la policía. Pero funcionaba, vaya que si funcionaba. Así son las cosas en el mundo los medias, que mueven mucho parné. Si tienes un poco de cara y cuenta de gastos abierta, quizá verás cómo se abre a tu paso el bloqueo que ha montado la poli y accedes al templo de la información, donde te estará esperando el mismísimo Aladino para contarte con qué marca de cereales se desayunaba el gran OBL, y qué premios le tocaban en la bolsa. Eso será posible, claro está, porque tu agencia o medio venderá la exclusiva por una millonada. Pero si no es así, si el tipo de noticia que vende tu agencia es muy otra (por las razones que sea) un día podrás tener un golpe de suerte y conseguir el scoop. Pero lo normal será que los resultados de tu trabajo se midan por el conjunto de las crónicas que haces a lo largo de los meses o años. En tal sentido, éste que te lee, piensa que eres un buen profesional. Mejor que algunos gurús con firma que todos conocemos.
No hay observaciones y palabras más bienvenidas que las de los maestros.
Unas reflexiones muy interesantes, Agus. La metáfora de los amantes es realmente brillante e ilustrativa!
Estoy totalmente de acuerdo contigo en que muchos estamos ávidos de obtener información de primera mano de fuentes alternativas en contraposición al discurso único. Pero también creo que los intereses políticos y económicos están siempre por encima de todo criterio y condicionan a los medios, que viven sus horas más bajas por culpa de la crisis (no sólo económica, sino también de modelo), el acelerado desarrollo de las tecnologías de la información y los cambios de hábitos de los lectores. Una difícil ecuación que exige a los medios abaratar costes (la madre del cordero) para poder hacer frente a las nuevas inversiones, el incremento de contenidos y la reducción de ganancias. Por eso la opinión copa cada vez más las páginas de los diarios en detrimento de la información, que es demasiado cara.
No es extraño, entonces, que la mayoría de medios pertenezcan a grupos mediáticos dirigidos por potentes grupos empresariales y financieros que únicamente se rigen por intereses de rentabilidad máxima, ofreciendo contenidos cada vez más baratos y menos rigurosos, y menos cuestionados por la publicidad.
Cuánto hecho de menos esa polifonía de la que hablas! Pero desde la información, no desde la opinión.
Tota la raó. Hem de fer el possible per fer que ressoni aquesta polifonia informativa. Crec que hi ha espais per relats alternatius però és cert que en l’actual moment econòmic i de crisi del model mediàtic, com dius, és difícil consolidar-los. Gràcies per les observacions, el teu text em va inspirar!
Abraçada,
a