Diario de la India (I)

Paseo tercero

Los hombres escalera me guían con su perro de los turbantes. Camino y observo cómo rezan los pescadores ancestrales, inclinando el yugo sobre la lluvia, haciéndose piel y mundo uno en la nuca negra. Arrobado, entro en el barco dorado de lo sij. Desde el fondo del cántaro escucho dioses del limón entero, del néctar amargo de los centros. El reverbero del abismo me mueve los pies: subo las escaleras de lo religioso. En el último peldaño de mármol, me lavo las manos en una jofaina rupestre. Llevo un vaso de cerámica a mis labios: el agua me fluye en frío universal. Piso con mis pies descalzos -peso animal- la terraza de lo otro, que me recibe con elevación de oro para compensar mi materia. La lluvia excesiva masajea mi ámbito, entra en mi piel buscando el frío de la cerámica violentamente, se transforma en madera de pino en jofaina, en pan ácimo que hace presencia en mis pies. Tiro de mi dedo índice, de mí, hombre lleno de manos, y pellizco el pan dorado. Me alimento con él y todo es como un diverso volver, como un ámbito girado en su fugaz trascendencia, como un cántaro reverberante, una campana de continua religión, dolor alto, sangre de tiempo, fulgor de un dios entregado, ámbito donde se roban las piedras de las alforjas sagradas, luz tenue que con furia azul entra en mi corazón de dos soles: corazón de soledad construido de maderas muertas y verjas oxidadas, de amor y rosa unida y árbol rojo y mar y vértice de amor. Corazón fulgurante que por fin ha roto su pretil: mi conciencia disparada hacia lo otro, espíritu de un paseo mío tercero.

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