Cuerpo y fidelidad

Anoche mientras dormía, soñé, bendita ilusión, que la fontana de mi vida volvía a su centro. Vi claro en mis imaginaciones la India y su forma de rombo en el mapa de mis sueños. Era un borde sinuoso y amplio: cerrado en poliedro en contra de su voluntad, más preocupado de dar vida a Asia que de mirarse las tripas. A la deriva, un triángulo ordenado y azul se aproximaba como un glaciar de navegación lenta. Era Cataluña.

Vinieron a mí entonces, por el contacto de mis dos tierras queridas, las letras que manejo: Juan Ramón, Tagore, Europa, los sufíes, las escaleras. Pensé, mientras mi mente apenas asomaba al mapa, dudando si caminar o no sobre un terreno abstracto, la vida mía y lo que tenía que ser el centro de creación.

Desperté en el sueño. Y me dije: tienes que escribir este sueño. Al darme cuenta de que aún estaba soñando, y de que el sueño de los mapas era la primera caja china, me entró una desazón deconstructiva. Sentí una señal de peligro y abracé temeroso la materia. Fiel, supongo, a mi idea del ser humano como constructor de sentido.

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