Seis años en esto
La noticia que dimos ayer. Estaba hablando por teléfono con nuestro hombre en Afganistán sobre la ejecución de unos presos y me dijo que, quizá, uno de ellos fue el que acabó con la vida de cuatro periodistas. Le pregunté si se refería a aquella caravana donde viajaba, entre otros, Julio Fuentes, enviado especial de El Mundo, y que fue emboscada entre Kabul y Yalalabad.
No estaba seguro. Finalmente lo confirmó y envié la noticia, una más de tantas para muchos. Pero a mí me trajo reminiscencias de mi infancia periodística.
Recuerdo que cuando asesinaron a Fuentes yo acababa de empezar la carrera de Periodismo. Leía todas sus crónicas de Afganistán. Su muerte se confirmó un día antes de mi cumpleaños. Me quedó en la memoria para siempre el suplemento que dedicó el rotativo a la figura del reportero, los dibujos y los artículos, el tacto lejano. Aún lo guardo.
Nosotros somos la primera generación de periodistas post-11S. Vimos el atentado por televisión unos días antes de empezar la carrera. Mientras cursábamos nuestros estudios, también vivimos desde las aulas la invasión de Irak. Desde el principio, nos hemos tenido que plantear cómo meter los dedos por entre la pátina gelatinosa del terror, tanto real como inventado. Nacimos intelecualmente en plena época vaporosa. Nos formamos en un mundo con los muros cada vez más altos y teníamos nostalgia de un pasado anarquista en constante disolución que no se formó nunca.
Ahora miro atrás. Seis años después, estamos allí, allá, en aquella parte y acá. Cada uno marcaba su carácter desde aquel septiembre de 2001, cuando un profesor nos dijo en la segunda clase que no teníamos “ni puta idea de periodismo”.
Jesús asustaba por su feroz consistencia, por el corte preciso de su pluma, por su mirada interna hacia la profesión. Hoy ya es periodista de El País, algo al alcance de pocos hombres de su edad. Garmor miraba de reojo mi visión exterior. Yo tenía siempre el espíritu lanzado hacia fuera. Interpretaba la realidad en clave de órbita. Seis años después, aunque con menos éxito que él, escribo noticias del universo surasiático para la ladera oeste.
Nunca supimos si el complemento de estas dos actitudes fue lo que nos hizo tan amigos, y si no era yo quien estaba en constante viaje interior y Garmor el que vivía en el exterior siguiendo al pie de la letra su divulgado literalismo.
Tampoco sabemos de dónde viene esta pasión. Por mi parte, la primera memoria que me dispuso al periodismo es la del suplemento dominical de La Vanguardia, donde a los ¿nueve? años leía artículos ¿de Quim Monzó? que no entendía. Recuerdo también el olor de El País, los domingos, cuando la luz entraba por el ático de Barcelona más indiscretamente que en mi terraza de Delhi.
No teníamos ninguna tradición periodística en nuestra familia. Pero se nos metió en la cabeza la cosa, ya muy temprano, infantilmente. Mientras me adentraba en la noche de Delhi a toda velocidad con la moto, pensé que a aquellos chiquillos catalanes que jugaban a baloncesto y fútbol les habría gustado, por un momento, asomar la mirada al futuro y ver lo que sus otros ‘yo’ adultos estaban haciendo para contentarles.
El rugido del motor colmó mis preguntas antiguas. Me dio sentido de aventura.