Golpe de Estado en el alma

Sueño que hay una ejecución pública. Me parece una plaza griega, aunque está llena de paquistaníes y en un placa se lee “Liaquat Bagh”, el parque donde Benazir Bhutto fue asesinada. Me acerco a la plataforma de madera roída. Quieren ahorcar al jefe del Ejército paquistaní, Ashfaq Pervez Kiyani. Musharraf está allí, mirando a todas partes menos al sitio del sacrificio. Sus colaboradores no se atreven a llevar a cabo la ejecución, así que el mismo Musharraf, inseguramente, sube los peldaños y amarra el cuello de Kiyani a una cuerda débil.

Aumenta la tensión dentro de mí. Pienso en posibles movimientos de la luna. Y Kiyani echa los brazos hacia atrás, agarra de la nuca a Musharraf y se gira como un bailarín. Sale a la carrera y organiza un golpe de Estado, aunque no conozco la versión material del mismo. Todo queda como una idea en la gris explanada de Rawalpindi.

Estamos en una casa de varias plantas y las Fuerzas Armadas entran a registrarla. Esto tiene que ser consecuencia de la salvación de Kiyani, de los nuevos eventos políticos, pienso. Escapo por una puerta trasera y me siguen cuatro españoles y una manada de paquistaníes. Nos subimos todos en un triciclo motorizado, y nos preguntamos qué está pasando en este país. El cielo negro cae sobre nosotros. Hay un aroma a jazmín y la brisa me cierra los párpados.

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