Manos mayores

No es la nieve de Pakistán, sino el invierno de Portugal. Estamos sentados: tú en la poltrona mostaza con forma de mano; yo en la mecedora de madera de pino. Miramos, otra vez, por la ventana. Inadvertidamente, siquiera para los duendes, desplazas tu anciana mano derecha, aún plena de luz -fulgor sostenido que ha limpiado la cresta de las palabras latinas- sobre el dorso de mi mano izquierda.

Mis falanges están forradas de esta piel carcomida bajo la cual se arriesga la sangre por un sistema de transporte humano, tubos ocres que un día fueron verdes como la menta. Pongo sobre las dos manos la trayectoria de mis cansados ojos: ardillas voladoras agotadas de los frutos de la vida, peces de lodo arrastados ya hacia la playa de la muerte, órganos educados para la digestión de la literatura.

Al impactar con la materia, la línea visual se encuentra con tu mano de sirena de Goa, controladora de los fuegos de San Antonio, hacha de dios que me cortó para siempre. A los 80 años, mis ojos no pueden creerlo: aún hay otra sorpresa. Mi mano derecha se planta, victoriosa, sobre el montón de manos muertas. Hace frío.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>