Escritura de los interiores

Una forma divina de inspiración del futbolista es el caño. En su debú con el Zaragoza, Cani, ahora en el Villarreal, salió y le hizo un caño a un oponente. No hay mejor manera de tocar un primer balón: aunar la función inequívoca del regate con la sutileza de la inteligencia. El otro rebasado; yo vuelo: calentamiento de la magia.

Pero lo que para nosotros es una galería poética, acuática (siempre que el balón pasa por debajo de las piernas de un rival, invariablemente, lo hace como suspendido, consciente de que el tiempo y la materia se alteran), para los ingleses, por ejemplo, es un divertido malabarismo. Lo llaman nutmeg. Por mucho que nos detengamos en elucubraciones etimológicas, pronto nos saltan al imaginario los huevos del otro, por debajo de los cuales pasa la bimba. Me parece ésta una elevación innecesaria del regate que deja de lado la pura esencia del acto, la lírica del fútbol, para centrarse en las humillantes consecuencias del mismo sobre la víctima. Es como reírse de quien no ha entendido un poema.

Entre el sublime caño español y el sardónico nutmeg inglés, encontramos el estético petit pont francés. Franca y exacta descripción del escenario del acto: sugerencia del atravesar al otro lado, intento lírico de embellecer el regate. La expresión gala admira y repele: significa a un regate que, quizá, no buscaba un vuelo estético sino una concentración de tiempo y tierra que, hasta el momento, tan sólo parece retener la palabra española.

En Portugal lo llaman cueca, que son los gallumbos. Vaya broma. Pero en Brasil, entre otras palabras, usan una en la que nos detenemos: janelinha. Pequeña ventana o, mejor dicho, ventanilla. El regate puede abrirse, mostrar expansiones sentimentales, pero es en esta restricción, en este toque compungido y acuático del caño, donde el balón entra por la minúscula ventana del mundo, por el imposible. La janelinha quiere hacernos ver lo difícil que es el pasar la pelota por entre las piernas del adversario; se cuida también mucho de no despreciar su vertiente poética.

No estamos solos al cruzar esta galería. Cualquiera que haya hecho un túnel siente el acompañamiento de la inspiración. Su tierra de carne inspirada respira: se comunica exactamente con el medio. Siente entonces la conciencia de la varita. Abandono aquí el panteísmo, porque creo que en ese momento total de intercambio con el dios inventado, que es todo lo demás que no somos nosotros, volvemos al hombre. No se siente uno un místico, sino un humanista, un poeta clásico e impertinente. Encara ya portería con la alegría de aceptarse en su divinidad humana. Quiere sorprender a la huidiza hazaña del gol, siempre tan lejana. La creatividad salvaje se sube a sus lomos y golpea el balón con el interior culto del pie, trazador de la precisión lírica.

Viva la literatura que hacemos cada día: escrita la jugada; escrito el mundo.

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