Cometas
Y no me pude resistir. Entré en la librería madrileña -cuánto más bonitas son las de Barcelona- y compré una pequeña edición de Siruela: La idea de Europa, de George Steiner. Era una vieja referencia, un libro sobre el que teníamos previsto pasar si se daba la oportunidad. Pagué los excesivos diez euros por la miniatura cultural y me la metí en el bolsillo de la americana de pana, recipiente donde recorrió toda la capital española, Moscú y los aires hasta posarse en suelo indio. Y recordé las salidas nocturnas en recepción de alguna mujer, cuando era más bien extravagante llevar peso y me metía un libro de Montale en el bolsillo como ahora guardaba el de Steiner, cuando pensé por primera vez que esto sólo lo podía hacer un europeo: a lo mejor un americano o un japonés se atrevían, pero no es el guardar las letras: es el cariño del intelecto, el acunar el conocimiento; la plena conciencia de llevar en la chaqueta el mundo y sus ramificaciones, en las que uno se imagina dispuesto a la observación y la excavación.
Dice Steiner que Europa tiene cuatro cosas -por decir algunas- que la caracterizan: el café; la geografía caminable y dominada por el hombre; la mirada al pasado -cristalizada en las calles europeas, repletas de nombres de los hacedores de nuestra historia, lápidas que nos pesan-, y la herencia racional de Atenas en mezcla con la irradiación de fe de Jerusalén. Del desarrollo discursivo de estas características, me quedo con una frase: “En América, la gente no va a los bares a escribir tratados de fenomenología”.
Algunas de sus ideas son incompletas y otras nacen de un juicio -histórico y moral- del que se puede discrepar. Énfasis demasiado aéreo en la influencia judía en Europa, sobrestimada, por otro lado, por el resto de la intelligentsia occidental. Es por algo que el brazo europeo en Estados Unidos parecen los judíos americanos, artífices de la creación desinteresada.
Steiner opina que Europa se suicidó con el Holocausto: ahora se trata de preservar nuestras artes e historias con un mínimo de dignidad. Nosotros creemos que Europa tiene que ponerse los anteojos y dejar de situar sus raíces solamente en la Antigüedad grecorromana, por decir un ejemplo: bienvenida sea a nuestra savia el genio romántico alemán y la Ilustración desligadas ya de su eterno nudo con Grecia, y sobre todo el brinco lírico de los países mediterráneos. Quedan una y otra vez subsumidas en la tradición alemana y francesa -bastiones del poder, todavía- la literatura española y la portuguesa, por poner un ejemplo: lanzas que han llegado donde Shakespeare sólo veía nubarrones.
Europa debe mirar al sur y al este. Incorporar a las literaturas eslavas, las únicas que nos están haciendo salvar la cara en este bochornoso comenzar del siglo XXI, a su tronco intelectual: no a las ramas del árbol sino al propio centro natural.
Eso sí: estamos absolutamente de acuerdo con Steiner en que la vida “no examinada” no merece la pena ser vivida. O, al menos, que la voluntad de excavación intelectual eleva la vida, la hace cualitativamente mejor. A esto no tenemos previsto renunciar, pese al utilitarismo reinante.
Quedan algunas ideas tímidas apuntadas, apenas una brisa de la seguridad de estar en lo cierto cuando uno baja la Plaça del Diamant pensando en nuestras guerras y libros, en la obsesión por la recuperación del pasado, en el café de los cuatro gatos, en las luchas anarquistas contra la Iglesia y, sobre todo, en todas las manos de escritores agitándose como cometas en el aire, buscando su espacio para estampar la literatura en el cielo.