Sueño en Calcuta
Sueño con una mujer. No tiene nombre. Es rubia y baja: se ha ido aproximando a mí desde hace semanas con una lenta seguridad. Estamos en un sofá y toma mi mano, me besa, pero llega más gente y sólo me abraza discretamente: todo su comportamiento me parece excelente y laborioso. Le pregunto insistentemente si entiende lo que digo, cosa absurda, ya que ella es al fin y al cabo una creación de mi mente, y sí, entiende todo de mí. Pero yo esto no lo sé, porque es un sueño, y mis esferas se engañan en este juego de cruces. Nos sentamos en un banco perdido en la montaña. Por primera vez reconozco el paisaje: es la costa de Granada. S. llega entonces con un amigo y se sienta a nuestro lado.
Mi creación rubia se aproxima a mí lo suficiente como para dar a entender los lazos que nos unen, pero con una elegancia imprescindible para no despertar incomodidades. S. mira. No consigo descifrar si está celosa o indiferente. Empieza a hablar sobre lo que ha hecho por la mañana, aunque no sé si se dirige a mí o a su amigo. Parece hablar para nadie.
La siguiente escena que recuerdo es en el molino del pueblo. Estoy hablando con el abuelo de S. Se parece mucho al mío y se lo hago saber. Me dice que a veces escribe artículos en el diario El Mundo con el pseudónimo Simon & Garfunkel. Voy corriendo hacia S., que está allí, claro, y le pregunto por qué no me había hecho antes tan importante revelación. Empiezo ahora a hablar con la abuela de S., que me dice que no me preocupe, que ella no pasaba por un buen momento, que no debería… Y me alejo hacia un albergue con la mujer rubia cogida de la mano.
Me despierto. Estoy en Calcuta, como siempre, loco de alegría, porque es mi ciudad favorita. Compro el periódico, que cuesta menos de una rupia. Me detengo en una librería y me doy cuenta de que todavía sigo agrupando el mundo en dos conjuntos: los artículos que podrían gustarle a S. y los que me gustan a mí. El condicional que acompaña al primer grupo es descorazonador, símbolo de la imposible comunicación humana. Encuentro un catálogo de arte indio e italiano. No lo compro porque está lleno de mentiras. Y sigo caminando, con los libros de Tagore en la bolsa rota, temeroso de perder dinero y libretas, con el curta amenazando con hacerme más delgado, con los ojos como murciélagos llenos de ilusión por un futuro de vida y poesía. Pienso en mi educación emocional, que debe seguir grandes principios: el de la inocencia y el lanzamiento; el del arco y el disparo; el del atemperamiento de la mente, encargada de tamizar los sentimientos y cargarlos con la materia del mundo. Pero parece imposible serme: y mi escritura se resiente.
Continúo siguiéndote Morgar, y me apasiona leerte, ¡qué bien y qué intenso y suave escribes a la vez! Comparto contigo esos sueños… si bien yo sueño con Bangaldesh, con Nalta y con Jessore… no dejo de percibir una enorme identidad… Gracias desde México.