Diario de sueños
Anoche soñé, bendita ilusión… que una rubia entraba dentro de mi corazón. Soñé que me acostaba con una morena mediocre, en algo que parecía mi casa pero que no era mi casa, como siempre. Me dio por recordar, en el sueño, aquella salita de antaño, donde yo con ocho años bloqueaba la entrada a la habitación con un sillón y, creyéndome en una empalizada a la que mi madre nunca podría acceder, me comportaba peor que nunca. Además, clavaba mis rodillas contra los cojines del sillón y decía: Quiosco Smacks. Por los cereales, supongo. Y me ponía a vender cosas a los transeúntes que buenamente pasaban por los pasillos de mi casa. Mierda, llaman de la aseguradora.
En todo caso, era en esa habitación mítica, irrecuperable, donde se desarrolló mi sueño de anoche. Allí desfloraba a una morena con vacua tranquilidad. Se ve que también venía con amigas, porque unas escenas más tarde ya estaba yo foguéandome con una rubia estratosférica, adecuada. Al desflorarla, a ésta también, sentí algo diferente, triunfal. Al levantarme por la mañana, ella estaba untando mantequilla en tostadas tiernas y yo comprobaba, gracias a un beso en la boca, que nuestro nexo erótico o amoroso aún no se había disuelto. Esto me llenó por dentro, no sé cómo explicarlo.
La morena, aquiescente, asistía impávida y resignada a nuestra floreciente historia de amor. Mi rubia, tostada de piel y eléctrica al tacto, me decía: “Además, tú eres escritor”. Yo le decía que no, aterrorizado, y ella me dijo que “por los libros”. Ah, te refieres a la biografía de Pessoa, que llevo en mi bolsa, has estado chafardeando. No, me dijo ella, me refiero a los libros de Kafka que llevabas en la mochila el año pasado.
Este sueño me ha preocupado enormemente. Me he planteado, nada más levantarme y cegado por el peso del sueño, si acaso no ando falto de cariño, como todo el mundo intenta hacerme ver. Inmediatamente, he descartado esta posibilidad. Menudos mamones, menudas cabronas. No soportan la libertad ajena. Además, las rubias esas de mis sueños a mí no me gustan. El momento trascendente no es el del beso; es otro. La libertad es pura vacuidad.