Las pestañas
Anoche, mientras dormía, soñé (bendita ilusión), que un amigo y yo estábamos en la cama. Había una manta marrón en el suelo y conversábamos mientras pernéabamos las sábanas que sobrevivían, tan blancas como otra cara que apareció por allí, más tarde. Él me miró, habló pastosamente, se apagó la luz, volvió la luminosidad. Era la cama de mis padres. Recordé todas las noches que había pasado en ella…
Giré la cara y la vi en el suelo. Era la cara lívida de una de las ex novias de mi amigo, no especialmente guapa. Me burlé de ella: le saqué la lengua y un ojo. Ella se anclaba al suelo, como atrapada por una fuerza mercurial. No sé si ella sabía que mi amigo estaba allí; pero lo que sí que era seguro -no sé cómo- es que mi amigo sabía de la presencia de su ex novia. Me vi en una situación divertida, nada embarazosa, que decidí solucionar con una actitud distinguida e impertinente a partes iguales: comportarme como si nada.
Logré pensar, en el mismo sueño, que ignorar algo es un acto de superlativa normalidad. Llegué a plantearme, mientras repasaba la limpísima cara de la ex amante de mi amigo, cómo era posible que algo tan ideológico como la ironía sobreviviera a la suspensión moral que se le supone al mundo onírico. A los sueños.
Lo más relevante, sin embargo, no fue eso. Fue otra cosa. Este sueño es muy mediocre, por así decirlo. Pero por primera vez, que yo recuerde, me pasó por el pensamiento la idea de la Creación, mientras miraba el techo tumbado en la cama y con los delfines en el suelo. Así que cogí un cuaderno y empecé a escribir literatura propiamente dicha. Recuerdo algunas frases. “Lo peor no es robar, lo peor son las flores…”. Y alguna más. Pero sólo ésa la recuerdo claramente. Me parece que escribí un verso precioso, pero no lo recuerdo. Se debió de quedar en las pestañas de ella, único punto oscuro (Creación) en el blanco prístino y absoluto de su cara.
Entonces ella abrió los ojos.