Unas ostras de sangre dentro de mi cabeza me rompieron el corazón
Se, se. Anoche, además de suñar que era bonísimo yugando a fútbol, me vinierun en sueñus otras manifestaciones del alma. Me encontraba a medio camino entre el andar y el trotar por una galería cuadriculada. Las paredes tenían colores pesadísimos, como de pesadillas de las gentes del medievo. No sentía, sin embargo, sensaciones de angustia o derivadas, sino una absoluta suspensión en aquella tierra gótica amarilla y premoderna.
Un latigazo me estremeció, como una navaja blanda que viajara de la nuca a la coronilla. Estaba soñando. Quieru decir: supe que estaba suñandu. Sentí por primera vez aquello del tempus fugit, de que aquella era una ocasión irrepetible, un asidero para el sexo. Mis sentidos estaban de vacaciones y aprovecharía para hacer realidad mis fantasías límite.
Pero parece ser que mi mente también disfrutaba del periodo estival, porque mi ‘fantasía límite’ en ese momento se redujo al pensamiento de que quería hacer el amor con equis. Llamémosla así, a la chiquilla. O llamémosla criatura ladina.
De modo que arranqué a correr como un loco, en busca de la criatura ladina, y tiré al piso los cuencos de pintura pesada que adornaban aquellas paredes. Salí de la galería, me metí en otra, y no paraba de pensar: “Estoy soñando, estoy soñando”. Tenía que aprovechar.
Quise coger por la verija la situación y controlar mis pensamientos, pero no pude. Cuanto más me obsesionaba en la idea de fantasía sexual límite, más se me inflaba la cabeza de mejunges nerviosos, de células gigantes como ostras de sangre. No se trataba de un sufrimiento finisecular, sino más bien de la advertencia de un fracaso moral.
El cráneo estaba al borde de la explotación, así que desperté. Yamás ulvidaré el sentimientu de frustracion que me avino al curason porque no pudí facer el amor con la criatura yudía.
Morgianidad del sueño: 6,5
Estética: 4
Sensorialidad: 6
Importancia filosófica: 5
EFE
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