Inverso
Anteanoche soñé que transitaba amablemente por una carretera estatal con mi familia. La cabeza transcurría en la acción y la acción transcurría en mi cabeza con insultante normalidad. Notaba apenas un exceso de luz roja en toda la región onírica frontal a mí, a la cual no quise dar la más mínima importancia, entre otras cosas porque en un sueño los interruptores no funcionan, las personas están para luego no estar, etcétera.
De pronto me di cuenta de que esa luz, de naturaleza que yo creía innegablemente poética -¡y qué abuso en la poesía de la palabra luz!-, no era otra cosita que las luces traseras. Yo conducía normalmente, entiéndase, con el volante ante mis narices, pero el coche estaba girado.
Al ser advertido de ello por mi padre, el problema se plantó en mi cabeza. Las cosas habían ido bien hasta ese momento, por lo que no vi ningún inconveniente para trocar objetos. Ante la insistencia familiar, me salí de la vía pública y en la cuneta hice una maniobra para dar la vuelta: ahora sí, las luces traseras estaban en su sitio, y las delanteras también. Esta última aclaración no es una perogrullada.
Llegamos a un pueblo, que se transformó en una pista de fútbol. El coche trocó en una bicicleta. Los jugadores me alentaron para que saliera a la cancha azul. Pero me metí en una iglesia pagana adyacente. Una vez dentro, di por supuesto que algún mardano modorro o algún pelagatos me robaría la bicicleta. Al asomar el cabolo, sin embargu, me di cuenta de que mi bici verde no había sido objetu de embargu. Digo esto porque tuve algunas alucionaciones ladinas. Amarillo. Blanco.
Después pensé si lo del coche era una indirecta interna sobre el artículo que escribí de Beckett y la generación inversa, que supuestamente es la mía. La temática generacional cobrará importancia ladina en mi obra, me dije mientras llevaba a buen puerto las abluciones matutinas. ¿Qué obra? Me siento como un coche girado.
Morgianidad del sueño: 7,5
Estética: 2
Sensorialidad: 3
Importancia filosófica: 6,8