La derrota del corazón
Anoche mientras dormía soñé que vagabundeaba por un parque gris, redondo, grande. Había columpios plumiformes, robots que fingían ser bebés para hacerme creer que todo aquello, efectivamente, era un sueño, y abuelas vencidas por la modorra vespertina.
Me senté en un columpio tradicional, que por otro lado era igual al que tenía en frente de mí, aunque no recuerdo las cadenas. Es importante que el lector retenga que el columpio era azul.
Me levanté y amagué con practicar otras artes lúdicas: pensé en aprovechar al máximo aquel parque implícito para postadolescentes que no habían superado la infancia.
Mi politraumatismo no me estropeó la tarde, aunque me limitó en algunos de mis movimientos. Volví al columpio y se convirtió en un saco de residuos orgánicos en el que no osé sentarme. Una niña que estaba a mi vera sí que se decidió a hacerlo, aunque en el otro columpio que no me estaba asignado.
Me marché con mis padres, como haciendo ver que la chica no me interesaba. Me llamó, me gritó, me dijo que tenía amigas para mí. Pero yo, impasible, continué avanzando y pensé en mi pelo enmarañado.
Es importante retener que lo que relato es un sueño.
Al reunirme con mis progenitores, mi padre quería esperar al sábado para una cena misteriosa. En cuanto a mí, me vi perdido en una cosecha de nabos y ostras gigantes, en una tierra árida y andaluza. Me mesé el pelo y renuncié a los juegos del amor, aunque los dedos se me quedaron atrapados, probablemente para siempre.
Morgianidad del sueño: 1
Estética: 5
Sensorialidad: 2
Importancia filosófica: 7,5