La libertad está en el puro vivir
También una de mis heterónimas perdidas, Eli Póquer-Levy, que nos ha deleitado con su poesía ladina, escribió sobre la libertad. Creo que fue algo así:
La narración libre, por ELI PÓQUER-LEVY
And grant me my second,
starless inscrutable hour.
Samuel Beckett: Whoroscope.
Ayer salí a yantar con mi marido y mis hijos a un restaurante naranja. Era el cumpleaños de mi hija de once años. Como habíamos invitado a sus amigas a nuestro humilde piso, y en vista de que aún no habíamos llegado a los postres y de que la hora de la fiesta se acercaba, le permití que se adelantara a nosotros. Agarró las llaves y subió sola al piso para recibir a los pequeños invitados. Yo llegué diez minutos más tarde, tiempo durante el cual los renacuajos fueron inenarrablemente libres, desprovistos de autoridad familiar o institucional.
La libertad está en el puro vivir, en la irreverencia tranquila con lo real, en la navegación por los momentos más o menos mágicos que, tal como islas, nos dan el descanso temporal y necesario para continuar este hermoso naufragio que es la vida.
La fiesta se había descontrolado un pelín. Me imaginé al niño de los pelos enredados girando la bola del volumen del equipo de música. Y todas las niñas y los niños gritando de excitación con los más altos decibelios: esperando otra vez la fiesta del oído cuando la música bajara.
“La libertad está en el puro vivir,
en la irreverencia tranquila con lo real”
“El medio de mutua comprensión de los espíritus no es el aire circundante, sino la libertad poseída en común”. Coleridge.
Cuando abrí la puerta, las serpentinas abandonaron su recién adquirida propiedad pugilística para recuperar su antigua tradición más o menos aérea. Los globos rotos yacían en el suelo, signos de una libertad culminante y vivaracha, ya perdida. Esos instantes de estallido libertario sólo podrían volver en alguna intermitencia, en alguna excursión mía al lavabo bien aprovechada por los niños.
La sensación y los juegos son las entrañas de la libertad. Siempre me he preguntado por qué a Samuel Beckett le gustaba tanto manejar autos: acaso en la libertad esté la respuesta. Conducir tenía esa pátina de libertad, ese elemento de peligro y excitación que solipsísticamente y con esa erudición áspera iba a perseguir en su literatura.
La literatura
Me puse enseguida a escribir un cuento sobre la fiesta de cumpleaños de mi hija. Fue cuando me di cuenta de que todo cuanto había escrito en mi vida eran momentos que yo identificaba como libres, o como su reverso, y que por tanto corrían desesperadamente en busca de libertad. Este pensamiento me tranquilizó en mi conciencia.
“Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad”. Mario Vargas Llosa.
Con la pluma chorreante en la mano y la resaca simpática de la fiesta de onceañeras, escribí anoche el cuento de los niños y la libertad. Lo titulé “La excesiva escalera”, por motivos de los que ahora no quiero acordarme. En los papeles, desplacé libertad y literatura a las antípodas de la política y la economía: allí donde estas últimas no fueran su contrario, sino que no pudieran leerla, donde no la comprendieran y no dispusieran de la contraseña para acceder a las tripas de lo libre.
“Esa literatura politizada en grueso es una literatura reducida a su mera instrumentalidad, sierva de la intención y los temas, absorbida por decreto en la superestructura ideológica”. José Ángel Valente.
La narración avanzaba desbocada. Ya casi nada tenía que ver con la verbena casera. Había inventado pelotas, galerías, espacios donde más niños pudieran jugar. Sin autoridades. Ni siquiera el narrador era adulto: sólo la autora, o sea, yo. El lenguaje era simplísimo, juguetón, infantilmente delicioso. Ya estaba llegando a ese punto de la creación donde el autor se cree dentro de una narración escrita por otro.
“Se me ocurre pues que el elixir de la libertad es la literatura, porque yo escribo, y quizá la carpintería lo sea para el carpintero y los zapatos para el zapatero”
“Bajo su apariencia inofensiva, inventar ficciones es una manera de ejercer la libertad y de querellarse contra los que -religiosos o laicos- quisieran abolirla”. Vargas Llosa, otra vez.
La noche no tenía luna. La intuición de que la libertad sólo es posible en el ruedo poético me asaltó repetidamente, mientras ponía a secar la pluma. Y no me refería, en mis pensamientos, a la libertad en la ficción -lo que libremente hacen los personajes- sino a lo que tiene de técnica escribir, al puro acto de la creación, que es lo único que me hace libre y madre. Miré por la ventana.
“Sobre las alegres olas del profundo mar azul / nuestros pensamientos son ilimitados, y nuestros corazones, libres”. Byron.
Al volver los ojos a mí, recordé la normal existencia. La distancia entre lo que escribía y yo misma decrecía, a pesar de las diferencias formales de ambas cosas. Había en la noche como un acercamiento. Como si no sólo pudiese ser libre a través de la literatura sino también en esta orilla.
Dice Belén Gopegui que leer no sirve para vivir otras vidas, para ser libre. Mentira, digo yo.
De modo que mi narración continuaba. Ahora había puesto a un niño en el desierto y a una niña en una galería circular flotante. Había plantado una escalera entre los dos para que dialogaran y, por qué no, pudieran jugar juntos algún día. El dilema de quién poner arriba y quién poner abajo era terrible. Parece como si todo estuviese intoxicado por la política y lo correcto. No es que el acto de escribir tenga que ser amoral, pero… Quizá sí. Creo que sí. Me he convencido.
“Lo que yo deseo es no ofender nunca con mi crítica, pero tampoco ofenderme a mí mismo”. Juan Ramón Jiménez.
De modo que la crítica, como instrumento tropical, amuralla el deseo de los mortales, y hace posible el acceso a las libertades. Esta dignidad, esta terquedad de escribidora de crear cosas que sólo a mí me placen, es más que nada amor a mí misma, pienso mientras acabo las imágenes.
El amor
Se me ocurre pues que el elixir de la libertad es la literatura, porque yo escribo, y quizá la carpintería lo sea para el carpintero y los zapatos para el zapatero. Pero ahí no voy a entrar. Mi idea de literatura, como leo en mis escritos, está sentada en algo extraño, afectuoso, sentido.
“En Occidente el amor es un destino libremente escogido; quiero decir, por más poderosa que sea la influencia de la predestinación —el ejemplo más conocido es el brebaje mágico que beben Tristán e Isolda— para que el destino se cumpla es necesaria la complicidad de los amantes. El amor es un nudo en el que se atan, indisolublemente, destino y libertad”. Octavio Paz.
Precisamente el premio Nobel mexicano me recuerda mucho a un amigo que es poeta y crítico literario. Mientras pulo los detalles del cuento de esta noche, recuerdo cómo conoció a su mujer. En la costa granadina, un joven sentado en las rocas del mar escribía poemas. Una chica se le acercó. Se propusieron escribir un libro juntos. Otro día, se casaron. A veces la vida está terriblemente desintoxicada de ideología. Es el puro vivir que yo decía.
“Hay una conexión íntima y causal entre libertad y amor”, sintetiza Paz.
Este maestro de mí, apellidado alegremente, me dice que el libro clave fue Hiperión, de Friedrich Hölderlin. O sea, fue el libro que les juntó a él y a su mujer, el que les embarcó en la escritura, en un proyecto literario que acabaría en una extraordinaria editorial timoneada por ambos. Inevitable pensar que ella era Diotima, el sueño griego de Hiperión, e imaginar que se carteaban, que se querían desde la distancia.
“El punto de unión entre el amor a Diotima y el amor a la libertad es la poesía”. Sorprendentemente, Paz. ¿Pensaba en ellos?
Me imagino a los Alegre sobre la escalera de mi cuento y me duermo sobre el pupitre, en mi mansión mexicana. Mis cabellos rubios caen sobre los papeles, como en un lirismo libre.