Límites desdibujados
Delhi, dos sílabas altas, en voz baja las digo, me repetía pensando en El balcón, poema de Octavio Paz, cuando aterricé en la India tras pasar dos semanas en España. Me encendí un cigarrillo y ya mis ojos soñolientos, pájaros cansados, miraban el exterior con ánimo de tranquila unión y la acostumbrada melancolía por una India que siempre está pero no está.
En El Prat (Barcelona), paseé por los lugares de la infancia, vacíos hoy de juegos y niños. Recuerdo que nosotros lo poníamos todo: jugábamos a fútbol hasta partirnos las piernas: podían desarrollarse a la vez cuatro partidos en un mismo terreno y ello no hacía más que aumentar la ya gigante mano del azar. Pero en quince años el espacio se ha transformado: los descampados han desaparecido y otros parques se han reconvertido a lo posmoderno para dar la espalda a la infancia y lugar a las terrazas de los bares.
Mientras miro el pinar frente a una valla de metal en mi antiguo colegio, donde una pelota de tenis o de papel de aluminio servía para batirse en un todos contra todos, me pregunto por la trayectoria de mi ingenuidad, acaso perdida.
Y barrunto y la encuentro en mi centro: lo que escribo me parecen cuerdas de fantasía, me doy cuenta de que en mis amistades y amores busco continuamente espacios de juego lírico, de boxeo emocional.
La India, la inespecífica concreta, amplía mis lindes. La materia me parece reconcentrada. Voy con un amigo en moto a un mercado de Delhi, posible objetivo de nuevos atentados, y conviene en una tienda que le vengan a arreglar el sofá en una semana. Los tipos ponen cara de que siete días les parecen ciencia ficción. Se lo hago notar a Dimitri y se ríe, damos vueltas al mercado y pensamos en juegos futuros. La realidad me parece cercenada de perspectiva, o quizá amorrada a un cuarto tiempo que sólo intuyo en la poesía, que cada vez me parece más todo, más centro de la regeneración continua del mundo.
Los indios permanecen en su presente continuo. Si una de las características principales del individuo occidental es su proyección hacia el pasado y el futuro, a partir de la cual se configura el presente, el indio me parece un ancla en la tierra de hoy, quizá no consciente pero sí de acuerdo con que los otros tiempos son inasibles y borrosos, inasequibles a los límites.
Hasta ahora pensaba que estaba huyendo de todo, cosa que he creído hacer siempre en mi vida. Ahora, cuando me revuelco en la hierba de Nisamudín mientras intento leer a Tagore, cuando compruebo que no sólo yo tengo intención sobre los árboles sino que lo verde también quiere venir a mí, me replanteo mis coordenadas. Pienso que he perdido el norte, y que voy hacia el este, en busca de mi natural orientación: la escritura del tiempo no dibujado.
Agus!!!
Cómo te va la vida?? De verdad q bien andas de luz últimamente bandido. Veo q la India sienta taaan bien!
Mira q el 3 de octubre me quedé a un paso de los treinta! El 3 es lo q tiene… así q a disfrutar de los 29!
A veure si parlem aviat home!
Un beso, recuerdos y pensamientos!!!
Robert
(tu urdimbre verbal nos pone a la par que fascinaaa)
Morgar, qué pasa contigo? Problem. No te veo escribidor en el blog. Un abrazo.
Francamente amigo, escribes muy bien, con profundidad, conocimiento y sencillez; me han gustado mucho tus post. La India sí, sin duda, puede ser una multitud de mundos fascinantes, al igual que lo es Bangladesh, país que conozco un poco y que es mucho menos popular para nosotros “los occidentales” pero igualmente fascinante.