Círculo de letras
Cuesta explicar, en esta era de inmersión moral y libertinaje expresivo, que el verso libre no se inventó para los que no conocen el metro, sino como un despliegue total, con regreso obligado, de las posibilidades ofrecidas por las composiciones poéticas tradicionales. No una ruptura, sino un desarrollo; no una culminación de la forma, sino una rama intrincada de complicado reverdecer.
Me ha encantado comprobar que en las coordenadas indias sucede lo mismo. Sumergirse en una métrica ajena con leyes elásticas (puede usted contar letras o sílabas, añadir una no sólo si la última palabra es aguda sino también si cualquier otra del verso lo es, etcétera) tan sólo es posible si uno sufre la irresponsabilidad intelectual del que escribe estas líneas. El poyar es el alejandrino de la poesía bengalí, con hemistiquio tras la octava sílaba (8 + 6). También de la mayoría de lenguas hijas del sánscrito, según me cuentan los poetas, pero esto no lo he documentado y lo anterior sí. El poyar es el verso propio de la épica, de las narraciones mitológicas. Se atrevió el poeta a componer con el gran poyar (8+6+4), pero el avance hacia el verso libre se produjo de forma definitiva en el siglo XX. Es precioso observarlo en la obra de Tagore, donde el poyar se puebla de monsergas espirituales y va dando paso, con los años, a una palabra desnuda mecida por un ritmo silencioso. Aparecen aliteraciones, tres rimas en un verso, quiasmos que no se dan importancia. ¿Qué es esta nueva elaboración? Entonces uno se da cuenta de que el poyar, un flojeras, ha salido de excursión: flexiona y relaja el músculo: 8+6 / 8 / 8+6+4+4 / 8+6… Alrededor del verso tradicional se monta un jaleo ordenado, circula una sangre nueva: se trata del círculo de letras u okhur-brito: el verso libre bengalí, ampliación inteligente de la tradición.
Con esta armonía de causas y consecuencias inciertas crece en todos los arrozales, libretas, pinares, pergaminos, bosques, papeles, acantilados, falsillas y jardines del mundo la disciplina humana más exacta: la poesía. Su latido desesperado, su luz que sólo se explica en sí misma, permanecen sepultados por la hojarasca de nuestro tiempo: el poder, la economía y la violencia.
Resulta algo de lo más difícil, sin duda, conseguir un verso libre realmente armónico, con ritmo y un “objeto” que suscite en el otro imágenes ya racionales, ya emocionales, pero que signifiquen finalmente una aventura, como bien decía Paz.