Descentrados
Desde que en abril empecé a escribir sobre las intervenciones de emergencia de la organización humanitaria para la que trabajo, he visitado dos países: la República Democrática del Congo y Uganda. ¿Cuál será el próximo? No lo sé. Solo hay una cosa que tengo más o menos clara: lo más probable es que en ese lugar coincidirán el sufrimiento humano y la ausencia de periodistas para contarlo.
¿Por qué? Echemos un vistazo a la localización geográfica de los periodistas de un diario respetable como The Guardian. Se acumulan en Estados Unidos y Europa, por motivos de proximidad física y cultural, consumo mediático y lógica económica. Algunos puntitos en América del Sur y Asia; dos en África. El mapa con los proyectos humanitarios de MSF es casi una copia inversa; África recibe toda la atención, también por razones obvias: es allí donde la gente tiene más necesidades.
Los lectores occidentales quieren saber qué sucede o parece suceder a su alrededor: los terremotos en el sistema financiero, la crisis del euro, los cambios políticos que en realidad no lo son. Pero algo habrá que contar desde los países donde las personas sufren más; allí donde la política, la economía o la guerra empujan el ser humano a los límites de la experiencia. Aunque solo sea por curiosidad antropológica.
Por supuesto, hay muchos y esforzados periodistas que están en ello, pero no tienen demasiado espacio. No creo, en todo caso, que esto deba abordarse como el manido debate sobre una información más variada y alternativa, menos viciada por las rutinas de producción. La propuesta no debería ser exactamente deshacerse de la lente occidental y cambiarla por una visión exótica o periférica del mundo. Es lo contrario: el periodismo debe inclinarse, de forma natural, al centro de la vida, a las historias que desean ser contadas. Y muchas de ellas están al otro lado.