Antirrespuesta en cuanto a Nietzsche

Como diría Sardà, me alegro de que me hagas esa pregunta. Un servidor ha podido leer al Nietzsche filólogo en Más allá del bien y del mal, y al romántico-humanista en Así habló Zaratustra.

El primero es una crítica feroz contra el antropomorfismo cegador de la verdad, cuya estela olfateó Nietzsche tanto o más que los griegos: por eso se pelea con la verdad absoluta y la concentración mítica de equivalencias platónico-cristianas. Decir que A es B es un exceso simbólico, en siendo A y B dos elementos terriblemente imbuidos por lo otro, lo que hay fuera; éstos son los orígenes de la deconstrucción. Nótese que su denuncia del antropomorfismo es un perfecto paradigma de deconstrucción: nuestra percepción de los objetos no es la realidad “real”, puesto que al asociar una palabra al objeto real y al integrar ese objeto en nuestro mapa cognitivo se desrealiza. O sea, humanizamos la realidad (¿podría ser de otra forma? Véase Schopenhauer). Y humanizar un objeto es llevarlo lejos de lo que es, para acercarlo a lo que es para nosotros. ¿Por qué esto es deconstrucción? Porque tiene en cuenta lo otro, lo no humano, lo que es y no queremos o podemos ver. La otra orilla. Este Nietzsche filólogo provoca en mí una cierta complicidad intelectual axiomática.

El lector puede disfrutar del filósofo romántico en Así habló Zaratustra, uno de los libros más pesados, interesantes y enigmáticos que jamás se hayan escrito. Zaratustra es el eremita solitario ávido de compañía, el héroe absoluto de la austeridad golosa, el pastor que no quiere y quiere rebaño: el oxímoron. El mensaje de Zaratustra es: “Soy la luz, soy el camino; ¡no me sigáis!”. La poesía es el elemento que añade más complejidad al libro. El problema es también aquí de carácter filológico: nudo de entendimientos claros. ¿Qué hay entre el ser y el no ser?, que diría Pessoa. ¿No hay un casi ser? ¿Es el oxímoron una verdad fuera del hombre? La otredad llega a Nietzsche cegadoramente y con violencia romántica; la otra orilla, la esencial heterogeneidad del ser (véase la cabecera de Escalera), los magmas oscuros de fuera del hombre, etcetera, son la leche, el cruasán, el pollo del mediodía, la merienda, la cena y la cerveza polaca del Übermensch nietzscheano.

Sin intención de conciliación: lo otro es lo que hay de común en toda la obra de Nietzsche. Creo que este punto ha sido justificado filosóficamente en esta breve antirespuesta. Lo otro en la deconstrucción es algo inevitable para Derrida; lo otro en lo romántico es un puente de madera que ya pisó Hölderlin y que Heidegger y otros poetas filósofos cuyo nombre no quiero nombrar quemaron.

Pero es cierto que el humanismo y el antihumanismo han sido inspirados, en cierta forma, por Nietzsche. “¿Qué reivindica Nietzsche? ¿El sujeto vital, la pasión humana? ¿O bien la disolución del sujeto y el olvido de todo humanismo?”, pregunta Joan Pau Inarejos. Esa elección, en mayor o menor medida, la han hecho todos los filósofos y lingüistas del S.XX. Pero a tenor de lo explicado anteriormente, mi humilde opinión es que la pasión humana (romanticismo) y la “disolución” del sujeto (antihumanismo) son coherentes y complementarias. O son lo mismo (Heráclito). Y para más gloria de mi pobre argumento, me remito a la antiliteratura y al placer que busca Beckett en la infelicidad (“Unhappiness is funny”, dice el irlandés de  lo amargo); y para más besos divinos, me permito sugerir echar un vistazo a la antipintura de Joan Miró, que es pintura en fase superadora del surrealismo, o sea, superadora de lo superador, que viene a ser y es, si se me permite la osadía, pintura romántica.

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