Resurrección

Anoche soñé con Samuel Beckett, pero no era claramente él. Estábamos Fran y yo alrededor de una hoguera, junto a otros caniches y hombres. Entonces Sam llegó, maquillado, no tan delgado como siempre. La emoción me sobrepasó. Pero comprendí en seguida que no era Sam, sino que era Buster Keaton interpretándole en mi sueño.

Fran me miraba, recordó cosas que yo le había contado sobre Sam y empezó a preguntarle sobre su obra. Vi cómo Sam Keaton se sentaba con nosotros en la hoguera. Ahora que la luz daba de bruces en su cara, le veía mucho más gordo, mucho menos Beckett, sin la mirada aprendida.

Se extrañó mi amigo Fran de que no preguntara nada a Buster Beckett. Mi grado de excitación no se degradó, sin embargo, y éste fue el detalle que más me impresionó del sueño. Como si lo que realmente me mantuviera literariamente vivo, a mí, no fuera Samuel Beckett directamente, sino un Sam recordado por mí, lateral, inescrutado más que inescrutable.

La pátina ocre del fuego aguarda acrisolada en mi cabeza. No llegará Godot, porque el ámbito poético de Sam es tan excesivo que su solo recuerdo me parece suficiente: tanto, que ni siquiera querría sustituirlo por su directo. Anoche tuve mi último sueño como humano propiamente dicho.

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